Suéñame Quintana Roo



Desde que llegamos a Cancún, todas las mañanas mi Mamá ponía el radio y como a las 6 se escuchaba siempre la misma canción, era como un himno, la letra describía perfectamente lo que tenía ese lugar y lo que nos hacía sentir a todos los que ahí vivíamos y conocíamos.


Habíamos ido de vacaciones creo que una vez anteriormente, pero a partir de Agosto de 1985 se convirtió en el sitio donde tú y mi Mamá decidieron que querían para nosotros. Atrás dejamos la Ciudad de México, nuestra casa de dos pisos en Lomas de Cartagena y a la familia, los tíos y primos con quienes crecimos.


Yo iba a cumplir 12 años y Beny cinco menos. Recuerdo que ustedes nos dijeron que debíamos escoger sólo como 5 juguetes para llevarnos, no podíamos llevar tantas cosas. Fue difícil escoger y el enfado que sentimos era también por tener que dejar a los amigos, la escuela, todo lo que ahí teníamos. Beny y yo no entendíamos por qué nos teníamos que mudar a un sitio donde hacía mucho calor y no conocíamos a nadie.

Del viaje de ida no recuerdo mucho, incluso no sé si tú también ibas, creo que nos llevaste y te regresaste a seguir trabajando en la ciudad. El caso es que llegamos a Cancún y esos casi 3 meses que tardaste en alcanzarnos se nos hicieron eternos. Yo no podía comprender por qué no estabas ahí también, incluso llegué a pensar que ustedes se iban a separar y no volveríamos a vivir los cuatro juntos. Pero cuando finalmente llegaste fue entonces que empezamos realmente a disfrutar de ese lugar, por lo menos yo. Mi Mamá trabajaba en la farmacia, Beny y yo ya íbamos a la escuela y nos gustaba la casa donde vivíamos, en el Infonavit, cerca del Mercado 28.

Cancún era un paraíso, empezando por el color de la arena y del mar. Nunca he vuelto a ver un azul igual, el azul turquesa, arena blanca y como si fuera harina, así como selva por todos lados, árboles en todas partes de la pequeña ciudad que era y muchas flores. Se respiraba vida.
Muchas veces íbamos a la playa y nos pasábamos horas, hasta que caía la tarde.

Convivíamos en algunos sitios de la ciudad con iguanas que vivían entre las piedras de los innumerables jardines. Los árboles eran enormes y otros estaban llenos de flores naranjas, los flamboyanes. Todas las mañanas también se podían escuchar unos pájaros cantar, su graznido era muy característico, como si silbaran. También recuerdo pasar por un campo donde descubrí cómo era el algodón en estado natural. Dentro de un terreno bardeado justo detrás del hospital de la Cobá estaban las plantas de algodón, cuando se estaban secando es cuando más sobresalían las bolitas blancas.

En la Zona Hotelera, cuando todavía había más playas que hoteles.

La Zona Hotelera finalizaba en el hotel Sheraton, y hacia adelante sólo se veía la carretera y selva a los lados. Cuando pasábamos en el coche sobre el puente del hotel Calinda me gustaba mirar a ambos lados para ver el cambio del color del agua, pues es donde se junta la Laguna Nichupté con el mar.

A Isla Mujeres fuimos en barco y en el ferry cuando llevábamos el coche. Recuerdo ir montado en lo más alto y ver a varios delfines nadando frente, así como a varios peces voladores saltando fuera del agua a un lado del barco. Llegamos a ambos extremos de la isla, en uno estaban los restos de lo que suponía ser un faro para los mayas que terminó por desaparecer después del huracán Gilberto. En el otro extremo había un gran hotel que tenía un acuario natural habitado por tiburones "dormidos" y grandes tortugas.



Mamá y tú en Isla Mujeres (al fondo se ve el faro).
En el barco para la isla, comiendo un saborín

También nos llevaste a Xcaret cuando todo era natural y todavía no estaba explotado como parque. Al igual que Xel-Ha, el acuario natural que también me sorprendió al saber que te podías meter al agua y nadar entre los miles de peces de colores. Tulum es de lo mejor, ese castillo sobre un acantilado junto al mar es de las imágenes que más se exportan fuera de México.

En Xel-Ha con mis abuelitos, Tilis, Maguie, Beny y yo.

El paseo que más recuerdo es el que hicimos a Punta Allen y Bocapaila. Después de un largo recorrido por una vereda cubierta por la selva, con un calor asfixiante dentro del coche nuestra recompensa llegó al ver aquello, era como estar en otro mundo, más paraíso aún. La playa, las palmeras y las pocas casitas de pescadores que había. Imagino que sería un amigo tuyo el que nos invitó a ir, y nos llevó en una lancha hasta un sitio en medio del mar donde criaban langostas. El hombre se ponía un snorkel, aguantaba la respiración y bajaba a levantar lo que era como una gran tapa de madera. Debajo de ésta estaban las langostas. Salía a la superficie y dejaba la langosta en la lancha. Volvimos con varias langostas y al llegar a tierra su mujer las empezó a cocinar para nosotros. No he vuelto a probar una desde entonces pero su sabor lo recuerdo perfectamente.

En la lancha buscando langostas en Punta Allen, Edgar también iba con nosotros.

Y tantos lugares más del Estado que ahora ya están irreconocibles y muchos de ellos inaccesibles. Aunque todavía quedan rincones, como donde vive Beny, que afortunadamente harán que su bebé conozca y viva un poco de aquello que nosotros disfrutamos.

La gente también era diferente. Recuerdo que podías dejar abierta tu casa o tu bicicleta afuera sin que desapareciera ésta ni se metiera ningún extraño a robarte. No eran mejores ni peores que en la ciudad, simplemente diferentes. Y lo más característico era la forma de hablar y algunas palabras y frases que se usan en la región; al principio nos hacían gracia y poco a poco las fuimos adoptando.

Con los años nos dimos cuenta que fue lo mejor irnos a vivir a Cancún. Sólo tienes que ver las fotos. Y me alegra que cada vez que voy de vacaciones todavía se ven volar a las 6 de la tarde las parvadas de pájaros negros a los árboles del centro de la ciudad y me despiertan otros tantos por la mañana. Ya casi nada es igual en el resto de la ciudad. Muchas casas, mucha gente, muchos coches, pero aún así, aunque suene a tópico entre la gente de la ciudad, me siento "orgullosamente cancunense y dignamente quintanarroense". Después de todo nosotros también cambiamos y el paraíso está donde lo queramos encontrar.



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