Verde



Tú ya no estabas ese día y por eso te voy a contar lo que vivimos ese martes 13 de septiembre de 1988. Todavía vivíamos en el departamento de la Avenida Tulum, con esos dos grandes ventanales de las habitaciones que daban al Hotel América. Ese martes creo que todavía fui a la escuela, no lo recuerdo muy bien, y seguramente salimos a las 12 del mediodía porque teníamos que prepararnos todos para lo que nos esperaba.

Cuando vienes de una ciudad donde las grandes catástrofes son los terremotos y alguna explosión, el saber que se acerca un huracán sin tener conocimiento alguno de lo que realmente pueda pasar, incluso porque nunca se sabe con certeza la trayectoria o la fuerza que estos fenómenos pueden adquirir, en nuestro caso significaba una mezcla entre temor y curiosidad, queríamos vivirlo, pero nos daba miedo pensar que fuera muy destructivo. En pocas palabras, no sabíamos lo que nos esperaba.

Te dicen que debes poner en los cristales cinta adhesiva, en forma de X, por si se llegaran a romper. Que recopiles agua y comida porque no se sabe cuánto durará. Y poco más, lo único que quedaba era esperar. Por la tarde, cuando ya habían dado la alerta amarilla por los fuertes vientos y recomendado a la gente que no saliera de sus casas, recuerdo haber visto a uno de mis profesores caminando por la avenida en contra del viento, e iba prácticamente inclinado a 45º.

Como a las 9 de la noche cortaron la luz, aunque el radio lo podíamos seguir escuchando, pero la señal cada vez era más confusa. En casa habíamos pasado las camas de los dormitorios al salón y se cerraron las puertas, atadas una con otra para que no pudieran abrirse si se rompían los ventanales. Cualquier precaución nos parecía incierta, pero lo mejor era precisamente eso, prevenir que sería muy fuerte.

Se escuchaba el viento que silbaba, y esa sensación de estar a oscuras y no saber realmente lo que pasa fuera ni cuánto tiempo estaremos así es muy extraña. No recuerdo en qué momento supimos que ya estaba el huracán porque los vientos fueron aumentando, lo sabíamos porque cada vez se empezaban a escuchar más cosas que volaban. Golpes en el techo. Eran como ráfagas, en mi imaginación le di forma a lo que escuchaba, un monstruo enorme que gruñía. Porque el sonido era especial, como un rugido descomunal que envolvía todo, no que viniera de la boca de un ser, sino que el ser era tan grande que lo abarcada todo y rugía buscando algo con sus lenguas. Porque las ráfagas eran eso, como lenguas que pasaban de vez en cuando llevándose y levantando al vuelo lo que encontraban.

Silencio, gruñido, silencio, gruñido, silencio, gruñido, cristales rotos. Ahí fue cuando empezamos a sentir más miedo. Se había roto el cristal del cuarto de ustedes. Y con cada ráfaga salían volando papeles y algunas cosas que estaban en el closet de la pared contraria. No recuerdo si el de nuestro cuarto también se rompió. Pero temíamos que se abrieran las puertas que daban al salón y nosotros podríamos salir volando. No sé si eso podía ser posible pero cuando no ves nada y sólo puedes escuchar te imaginas cualquier cosa.

Meses después Mamá y yo comentamos algo que los dos sentimos esa noche. Los tres estábamos acostados en la cama grande, y hubo un momento, cuando tratábamos de dormir, que sentí como si alguien moviera la cama, un movimiento leve, como cuando uno quiere despertar sin sobresaltar a alguien. Después del movimiento sentí como si alguien se subiera a la cama y se recostara ahí con nosotros. Abrí los ojos y miré a ver si Mamá era la que se había levantado pero no. Cuando lo comentamos la única explicación que le dimos fue que también estuviste ahí con nosotros. Y si era cierto o no, por lo menos a mi me tranquilizó.

Todavía estaba oscuro cuando llegó el ojo del huracán. Esa "calma después de la tempestad", pero también antes del resto de tempestad. Tuvimos que salir de casa porque no sabíamos si las puertas resistirían al viento que volvería. Afuera todo estaba muy tranquilo, no hacía nada de viento. Mamá se tuvo que quedar para cerrar bien la casa y coger los documentos importantes que nos llevaríamos con nosotros. Íbamos al hotel donde mi tío era gerente, también en la Avenida Tulum pero casi frente al Ayuntamiento. Al salir y querer cruzar la calle nos encontramos con algo que tampoco olvidaré. El agua me llegaba al pecho. Mi tío Lico se montó a Beny en los hombros y yo fui detrás, caminando lentamente, con los brazos levantados apartando los objetos que había flotando, maderas, ramas, papeles e imaginando todo lo que habría bajo ese agua oscura.

Ya en el hotel, nos cambiamos de ropa y entonces si pudimos dormir. No se escuchaba nada del exterior, así que cuando despertamos ya era de día, brillaba el sol como nunca y en las calles los soldados empezaban a recoger los árboles caídos, las ramas y a limpiar en general la ciudad.

Nos dio mucha tristeza ver cómo había quedado todo, pocos árboles quedaron en pié y la playa casi desapareció. Donde antes había arena ahora quedaban sólo grandes piedras. Tuvieron que pasar varios años para que Cancún quedara como antes. Nosotros tuvimos suerte de vivirlo así en esas circunstancias, pero hubo gente que perdió todo.

En los primeros días no dejaban pasar a la Zona Hotelera, pero cuando pudimos ir lo más impresionante fue ver aquel enorme barco encallado en la arena e incrustado en un hotel. Viendo ese barco me dí cuenta de lo pequeñitos que somos. Por eso conservo también estas fotos, para nunca olvidarlo.


El barco pesquero cubano encallado en Playa Las Perlas


La feria instalada en el Parque de Las Palapas para la celebración del 15 de septiembre


Una calle perpedicular a la Av. Tulum. A la derecha la perfumería Ultrafemme


También sobre la Av. Tulum, cerca de la estación de autobuses.
Al fondo Mr. Papa's, precursor de las papas rellenas y que desapareció después del huracán.


El parque de Las Palapas y al fondo el Cine Blanquita.


Parque de las Palapas. Volvieron a colocar los árboles después.


Iglesia Cristo Rey, con el techo destruido.

Verde (Café Tacvba)